Llegó el momento de la despedida.
Llegué con inmensas expectativas e ilusiones a CNN de la mano de un hombre que dejó muy bien construídos los cimientos y valores editoriales de esta operación en español: Abel Dimant.
Ya no está. no pude despedirme de él.
Fue un maestro de este oficio; un mentor, un periodista, una institución de esas que nos enseñaba a dudar y a cuestionar; un guardián del idioma; un amigo, un director que nos ha hecho falta desde hace muchos años en la sala de redacción. A Abel Dimant, ¡mi inmensa gratitud y admiración!
Tampoco pude despedirme y agradecerle a John Petrovich. Se fue también. Abel convenció a John para que me contratara en CNN. De eso hace ya casi 26 años. Han sido los mejores años de mi vida.
Después llegaron Rolando Santos, Chris Crommett, quien ya estaba… y en los últimos años, Cynthia Hudson.
El apoyo incondicional de los tres me dio las herramientas para que siguiera creciendo y brillando.
Todos ellos, cuando estuve en las situaciones periodísticas más críticas bajo el asedio de gobiernos e instituciones e incluso, las dudas de mis propios colegas; como jefes me respaldaron de la misma manera. Me dijeron: confiamos en ti. ¡sal a la calle o entra a la cabina de edición y haz tu mejor trabajo!
Esa confianza, esa libertad e independencia que me ofrecieron no tiene precio. Mi agradecimiento infinito.
Todos me enseñaron lo importante que es defender y cuidar el mejor legado de un ser humano o de una organización: su reputación. la reputación de CNN.
Lo importante que es trabajar con responsabilidad e integridad.
Nada de lo que hacemos es posible sin el equipo de trabajo que nos acompaña.
Mi agradecimiento a todos en las corresponsalías, producción, a los técnicos, los camarógrafos, los editores, los directores.
Ellos son esa fuerza que trabaja con la misma dedicación, pero que no se lleva los créditos.
Mi agradecimiento sincero.
Hemos corrido, hemos compartido la adrenalina de cubrir la noticia, de contarles una nueva historia, de emocionarnos, de conmovernos, de frustrarnos o de celebrar la satisfacción del deber cumplido con cada cobertura, con cada entrevista, con cada transmisión.
Ha sido un gran honor haber sido parte de esta familia y haber aprendido en estos años privilegiados en los que, en primera fila, presenciamos cómo se escribe la historia.
Hay dos personas que tengo que mencionar de manera muy especial. son compañeras de trabajo, compañeras de la vida, amigas a toda prueba.
Lo voy a decir en el orden en que llegaron a mi vida. Ana María Luengo Romero y Magdalena Cabral, con quienes he compartido momentos que ponen a prueba el carácter de una persona.
Ellas saben muy bien cuánto las quiero y las respeto. Lo bien que le hace a mi vida tenerlas cerca. Gracias por el abrazo fraterno.
Y por supuesto, unas gracias del alma y del corazón a mi familia: a mi esposo Miguel, a mis hijos Tabatha y Tadeo; que me ofrecieron su apoyo incondicional para dar este paso.
a mi madre, a mi hermano; que me acompañaron en esta decisión… y a mi padre, que donde quiera que se encuentre, ¡estoy segura de que está disfrutando mucho lo que me está sucediendo!
Hay muchos que quisiera mencionar; pero no podré. El tiempo no me alcanza.
A muchos de ellos en forma individual les he manifestado mi aprecio y gratitud; mi tristeza y mi ilusión por lo que me espera.
Ellos saben cuánto le han aportado a mi vida.
Desde hace dos semanas no me canso de recibir mensajes de muchos de mis colegas, mis amigos, de nuestros televidentes y seguidores. Notas hermosas de aliento, de buenos deseos, de admiración. No saben lo que aprecio ese cariño inmenso. Gracias por manifestarlo y compartirlo. Me han hecho sentir muy bien. Muy querida.
Uno va, avanza en este viaje sin saber qué vidas toca. ¡pero estas muestras de infinito aprecio me reconfirman que este viaje largo e intenso sí que ha valido la pena!
Los dejo con un mensaje que llevo grabado desde que entrevisté al escritor y psicoanalista argentino Jorge Bucay.
En aquella charla profunda me dijo: “hay tres cosas que conspiran contra la felicidad de un ser humano: el miedo, la culpa y la vergüenza”.
Pues bien; hoy puedo decir con satisfacción que he vencido el miedo.
El miedo que paraliza y no te deja evolucionar; el miedo de dar un paso cuando no quieres incomodarte porque crees que estás sentado en tus laureles, y sabes que la empresa quiere que te quedes.
Pero es un paso en la dirección correcta; es renacer, reinventarse, aprender cosas nuevas y desaprender otras, como me dijo mi querido Rodrigo París.
Así que espero que sigamos en contacto. El celular tiene el poder de mantenernos muy cerca; conectados e informados.
Me verán por otra pantalla. Espero seguir contando con su apoyo y su cariño. Espero contarles mejores noticias. Ustedes cuentan con mi gratitud infinita.
Hasta pronto. Hasta siempre.