La primera vez que tuve la oportunidad de entrevistar a Fidel Castro ilustra en el mejor sentido un aspecto fundamental en el éxito de cualquier emprendimiento: la planificación.
Yo sabía que Castro era un personaje casi imposible de entrevistar pero también sabía que cuando viajaba a cumbres y visitas oficiales fuera de Cuba siempre era asediado por los periodistas que lo tratábamos como una vedette en el mundo de la política.
Para nadie era un secreto que su séquito de seguridad era imposible de penetrar. Pues bien yo estaba en Río de Janeiro cubriendo la Cumbre de la Tierra en 1992 cuando los organizadores del evento confirmaron la llegada de Fidel Castro y de paso estaban invitando a los medios de comunicación a una rueda de prensa con el aquel entonces presidente cubano. Por razones de seguridad la presencia de Castro en un evento ofcial siempre era un enigma hasta el último minuto.
Me puse una meta: hacer lo que fuera necesario para entrevistarlo. Estaba muy consciente de que era una tarea tremendamente difícil así que no tuve otro remedio que pensar en algo diferente a usar los canales oficiales y enviar una carta con membrete de CNN solicitando una entrevista. Esto fue lo que hice: para la rueda de prensa me puse una camisa del color verde más brillante que encontré. Cuando Castro empezó a ofrecer sus declaraciones en frente de todos los reporteros que se peleaban por sentarse en las primeras filas, yo por el contrario, me quedé de pie y fui hasta el fondo del salón donde por un rato permanecí en una esquina. A los pocos minutos empecé a caminar hacia la esquina opuesta. Y después de unos momentos volví a caminar para regresar a la otra esquina donde me había ubicado la primera vez.
Y así; mientras Castro hablaba yo caminaba de esquina a esquina para asegurarme que me viera y de paso conseguir distraerlo con un movimiento frecuente mientras todos los demás periodistas escuchaban sentados.
Mi objetivo era tenerlo frente a frente y que me contestara no una sino varias preguntas. Cuando la rueda de prensa concluyó, rápidamente me le acerque con el micrófono en la mano y le lancé la primera pregunta: “Comandante, ¿qué propuesta tiene Cuba para ésta cumbre?”. Lo primero que me dijo fue: “Oye chica, yo pensé que había algo que estaba pasando en el fondo porque tú te veías como inquieta de lado a lado”. Se imaginarán que el comentario rompió el hielo. Inmediatamente le hice más preguntas que él estuvo muy dispuesto a contestar sin premura de tiempo.
Les aseguro que eso no hubiera sucedido si la persona moviéndose al fondo del salón de lado a lado hubiese sido un hombre en un traje gris oscuro.
Mi segunda entrevista a Fidel Castro llegó unos años después durante la IV Cumbre Iberoamericana que tuvo lugar en Cartagena, Colombia en junio de 1994. Esta fue una entrevista formal, aunque tuve muy poco tiempo para coordinarla.
Durante la cumbre conversé con el maestro Gabriel García Márquez y con la entonces canciller Nohemí Sanín, y les pedí sus buenos oficios para que le trasmitieran a Fidel Castro mi interés de entrevistarlo para CNN en Español. Fue aquella cumbre en la que Fidel Castro apareció por primera vez en un acto público sin su uniforme militar verde oliva.
Esta vez llegó a la cumbre luciendo guayaberas, lo que desató cierta curiosidad por saber si se trataba de alguna señal que vaticinaba los primeros vientos de cambio en la isla. De hecho, esa fue mi primera pregunta cuando estuvimos sentados frente a frente.
Recuerdo que mientras los gobernantes se preparaban para iniciar la sesión plenaria de la cumbre, con la ayuda de un jefe de seguridad de la delegación colombiana, aproveché para acercarme a la canciller Sanín y tal fue mi sorpresa que cuando me vio, me tomó del brazo y me llevó hasta donde estaba Castro. El comandante me dio un gran saludo de beso con la calidez de alguien cercano. Me dijo: “Nohemí ya me habló de ti. Vamos a ver si se puede dar la entrevista. Hay poco tiempo”. No pasaron dos horas cuando ya me estaban avisando que me esperaban para la entrevista con Fidel Castro. Fue una exclusiva de esas que la vida te ofrece en contadas ocasiones.
Cuando le pregunté qué le contestaría a los llamados de algunos líderes latinoamericanos para que hubiese más apertura política en la isla, me contestó que su gobierno tenía institucionalizados los conceptos de cómo mantener unido al país de acuerdo a su constitución; y que tenía el convencimiento de que las prácticas y la participación del pueblo cubano eran mucho más democráticas que los demás sistemas.
Además dijo que el mundo tenía que reconocer “los más grandes avances sociales en la historia de este hemisferio”, refiriéndose a la educación y al sistema de salud cubanos.
Cuando quise ahondar con preguntas sobre la falta de democracia al tratarse de un sistema unipartidista, la falta de libertad de expresión y la situación de los presos políticos, el personal de seguridad nos interrumpió para decirnos que se había acabado el tiempo porque el comandante tenía que cumplir una apretada agenda.
Ese mismo día en la noche asistí a un evento donde tuve la oportunidad de agradecerle a la canciller Sanín por su gestión y también a Gabo; solo que cuando me le acerqué al Nobel para darle las gracias, me interrumpió con cierta displicencia y me dijo: “No me agradezcas nada, porque yo le dije a Castro que no te diera la entrevista”.
No puedo negar que la respuesta de García Márquez me agobió por un buen rato, pero después me di cuenta de que era otra manera de admitirme que me había salido con la mía; por lo que de alguna forma sentí que había sido un significativo triunfo personal.
Al fin y al cabo son pocas las veces en las que uno tiene la oportunidad de imponerse en medio de la competencia de colegas con mucho más años de experiencia; la reticencia de un hombre que ya era una leyenda como Fidel Castro y, como si fuera poco, la recomendación negativa de un personaje mundial de la talla del premio Nobel de Literatura.