Cerré los ojos y me dejé transportar en el tiempo. Retrocedí muchos años. Era niña y asistía al acostumbrado ritual del almuerzo en familia de cualquier domingo. Para la ocasión, mi mamá preparaba suculentos tallarines con tuco que había aprendido a cocinar, mientras crecía en Argentina con la sazón de su familia italiana. El aroma de las hojas de albahaca que a fuego lento enriquecía el sabor de la salsa de tomate nos atraía como un imán a la cocina.
Mientras esperábamos impacientes el festín de la pasta casera, mi padre, como intentando calmar la ansiedad del apetito, ponía en el tocadisco la música de uno de sus preferidos: el inmortal Glenn Miller. Las melodías de su gran orquesta instrumental, que se seguían escuchando como himnos de swing para evocar el esplendor y el poderío de Estados Unidos obtenidos a partir de la Segunda Guerra Mundial, eran como un arrullo alegre que nos encontraba en lo cotidiano, riéndonos alrededor de la mesa, a la sombra del magnífico árbol de mango.
Traté de controlar mi emoción y deseaba que mis padres estuvieran a mi lado esa noche. Ellos, al igual que yo, hubiesen revivido cada compás y cada armonía de aquellos saxofones, trompetas y trombones que crearon un sonido único que por años disfrutamos en familia.
Fue una velada memorable, donde 18 músicos sincronizados en forma impecable tocaban frente a mí. Apenas a unos cuantos metros de mi butaca estaba la Orquesta de Glenn Miller. Sin ninguna producción especial, sin cambios de escenografía ni de vestuario, sin pantallas ni efectos de luces: el único efecto especial utilizado fue la perfecta acústica para recrear con fidelidad la esencia de un repertorio eterno.
Durante el concierto estuve buscando en mi memoria la imagen de Glenn Miller. Me hizo falta ver su cara, los videos de sus presentaciones o su película. Encontré mentalmente un par de carátulas de sus long play, donde se podía apreciar el rostro de Miller con gesto afable, siempre con anteojos y exhibiendo su trombón. Las imágenes de sus vinilos eran las primeras que aparecían en el estante vertical del mueble del televisor cuando buscábamos otros discos para escuchar.
Este 1° de marzo Glenn Miller hubiese cumplido 116 años. Murió en forma inesperada el 15 de diciembre de 1944 en la cúspide de su carrera. Tenía que despegar de Londres en un antiguo avión monomotor hacia París para entretener a las tropas de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Las condiciones del tiempo no eran buenas, y Miller que había obtenido el rango de mayor, le preguntó desconfiado al piloto: “¿No deberíamos cancelar el viaje?”. El oficial de vuelo, que sabía el temor de Glenn a volar, le contestó con otra pregunta desafiante: “¿Quieres vivir para siempre?”.
El avión desapareció al cruzar el Canal de la Mancha y el cuerpo de Miller nunca fue hallado, sumergiendo su muerte en un misterio que desató varias teorías de conspiraciones e intrigas. Una de las más recientes fue reseñada por el periodista Hunton Downs en un libro publicado en 2010, en el que relata que el famoso compositor y director de orquesta fue puesto bajo las órdenes de Eisenhower, quien le ordenó asistir a una reunión secreta con el general Rommel y otras figuras nazis como parte de un complot para derrocar a Hitler. En su libro The Glenn Miller Conspiracy, Downs cuenta que el músico fue capturado por la Gestapo, torturado, ejecutado y abandonado en un burdel de París.
Para la época, Glenn Miller ya era uno de los músicos más conocidos. Se había convertido en el mayor vendedor de discos, superando incluso a estrellas mundiales como Elvis Presley y The Beatles. En solo 4 años, Glenn Miller tuvo 16 temas musicales que llegaron al primer lugar de ventas y 69 hits en las listas del Top 10, mientras que Elvis Presley alcanzó 38 éxitos en la lista de las canciones más escuchadas en la década de los 50 y 60, y The Beatles lograron 33 hits en ese mismo renglón en los años 60.
En su corta carrera de producción musical desde finales de los años 30 hasta 1944, año de su fallecimiento, Glenn Miller compuso éxitos inolvidables como “In the mood”, “Kalamazoo”, “Patrulla americana”, “Serenata a la luz de la luna”, “Tuxedo Junction”, “Chattanooga Choo Choo”, “A string of pearls”, “Little brown jug” y “Pennsylvania 6-5000”, entre muchas otras. Sus éxitos, algunos alcanzados con la Banda de la Fuerza Aérea del Ejército, se escuchaban en las emisoras de radio alrededor del mundo y animaban las fiestas de jovencitos en Estados Unidos e Inglaterra.
Excepto por algunos años después de su desaparición en la década de los 40, la Orquesta de Glenn Miller, una de las mejores de todos los tiempos, no ha parado de tocar ni de viajar por el mundo. En un año, en promedio, realiza unos 300 conciertos en vivo, casi todas las noches durante 48 semanas de las 52 que tiene un año.
En una de las más recientes presentaciones de la Orquesta de Glenn Miller, allí estaba yo, embriagándome de añoranzas con cada nota y cadencia, con cada golpe de swing y los acoples perfectos de la buena música… Melodías que viven para siempre aun en tiempos del reguetón.